Reseña
“Entre sus muchas teorías sobre la ciudad y la producción del espacio, el filósofo/sociólogo francés Henri Lefebvre tiene una idea que me gusta mucho: la del ritmoanálisis. Esto es, intentar escuchar o sentir los ritmos que producen y se producen en las ciudades. En Bogotana[mente] la última entrega de Brutas Editoras, los ritmos de la capital colombiana se apropian del lenguaje, de los cuerpos y hasta de los sueños y deseos de sus cronistas.
Como toda muestra de la colección Destinos Cruzados, aquí tenemos dos retratos de ciudad: por una parte, en Bogotá de memoria, la chilena Alejandra Costamagna cuenta (canta, baila, susurra y grita feliz) los ritmos encontrados y las experiencias vividas como invitada de la iniciativa Bogotá Contada. Por otra, en Doctor Bogotá, tenemos al venezolano Slavko Zupcic, un médico y escritor, o medritor, como le comenta su mejor amigo Gonzalo (y protagonista de esta crónica) que sueña desde la infancia con conocer la ciudad, una ciudad que dos amigos colombianos – Patricia y Gonzalo – parecieron haberse traído en sus zapatos y en sus palabras al asentarse en Venezuela.
Son ritmos distintos, diferentes vibraciones de la memoria. Mientras Zupcic elabora un relato de memoria hasta llegar al momento del viaje, Costamagna se engolosina y casi saborea, degusta, el presente. Se detiene en los nombres de las calles, en expresiones bogotanas que le gustan (“Escucho, escucho, todas las frecuencias sintonizadas en el habla”), en anécdotas hermosas como la de una vez que le tocó visitar y hacer un taller en un centro de acogida y rehabilitación y uno de los talleristas le pidió que dibujara Chile en un papel. La reflexión de Costamagna es preciosa: “Un quinto hombre se declara ‘viajero’ y asegura que este año saldrá de Colombia, recorrerá el continente y llegará al fin del mundo. Luego me pide que le dibuje Chile en una pizarrita y, al ver mi trazo más largo y angosto de lo que él se imaginaba (supongo), me pregunta dónde me puede encontrar, dónde estoy yo ahí. ‘¿Sumercé está adentro de esa línea?”.
Y no termina ahí: al finalizar el taller, comenta Costamagna: “Y el séptimo hombre me regala su colación, un juguito en caja y un queque de vainilla. ‘Por si le da hambre en el camino a su país’, me dice. Como si quisiera hacernos engordar a los dos: a Chile y a mí.”
Zupcic, recordando un poco a Mantra de Fresán, con Martín Mantra como el amigo de infancia que trae consigo toda una obsesión por Ciudad de México, habla del aterrizaje en su escuela de dos compañeros colombianos, “personas muy educadas, que hablaban el castellano como si lo estuviesen leyendo.” Y su fascinación es inmediata: “-Rolos, rolos, nosotros somos rolos – repetían los dos ante la mirada atónita de nuestros compañeros, y yo me sumé a ellos en una alegría que no olvidaba mi origen valenciano, pero que quería participar de esa fiesta dedicada a la letra ‘o’, llena de bocas redondas, perfectamente redondas, como las arepas de mi abuela-. Nosotros somos rolos.”
A medida que va creciendo el narrador, crece también la obsesión por ir a Bogotá y así poder regalarle su amigo un libro de Pombo y conocer el silencio especial de los borrachos de esa ciudad. Tanto es el deseo que llega a soñar con poner una consulta médica en el Transmilenio (“Ya despierto, sentía curiosidad por saber cómo sería eso de atender a un paciente en el transmilenio, si acaso debía interrumpir la consulta en las paradas o si debía cobrar menos cuando a mí y al paciente nos tocase ir de pie.”). Finalmente, el medritor puede conocer la ciudad, invitado a un encuentro de escritores, aunque más que como escritor, su lugar en el viaje es como el “Doctor Bogotá”.”