Fuegos Artificiales

$10.000

Autor/a: Editorial: Stock: 1 disponibles SKU: 9789569465161 Categoría:

Reseña

“Se trata del primer libro del autor, que fue publicado por Quimantú en 1973 y hecho desaparecer de inmediato luego del golpe militar.

Germán Marín ya estaba cerca de cumplir cuatro décadas cuando en 1973 decidió salir del clóset de los seudónimos literarios al publicar su primera novela, Fuegos artificiales, firmándola con su verdadero nombre, en lugar de endilgársela al cuentista Venzano Torres, que hasta entonces habia sido su alter ego y con el cual habia ganado cierta notoriedad. El libro era, pues, su esperado debut literario en forma, y su publicaciín en la colección Cordillera de la editorial Quimantú, emblema cultural del gobierno de la Unidad Popular, no podia sino ser el más auspicioso de los comienzos. Sin embargo, era 1973 y al poco rato pasó lo que pasó y el libro se convirtió en un fantasma: salvo por unos pocos ejemplares que se salvaron del fuego militar y que hoy son piezas de colección, el libro desapareció, literalmente, de la faz de la tierra.

Han pasado ya 44 años de esa desgraciada situación y ahora Lectura ediciones ha ido al rescate de aquella novela perdida de Germán Marín, para ponerla en los próximos dias nuevamente en los escaparates de las librerias.

Fechada en enero de 1970, es decir, a comienzos del año en que Salvador Allende sería elegido presidente, la novela está compuesta por una serie de fragmentos que van saltando temporalmente por distintos momentos de la vida de don José Clorindo Inchaurraga, viejo terrateniente en decadencia, cuya historia se ve reflejada en negativo contra el avance del proceso revolucionario que vivió el país en esas décadas. En efecto, el conflicto individual se va entrelazando en el libro con hechos históricos, todo en una atmósfera santiaguina enrarecida, brumosa, como si fuera vista con los ojos semicerrados. Los protagonistas parecen indiferentes a ese destino que los envuelve a todos en el país; muestra de eso es el momento en que padre e hijo se encuentran con los restos de una masacre callejera: mientras los carabineros lavan la sangre de la matanza de la plaza Bulnes, donde entre otras personas fue asesinada Ramona Parra, ellos pasan casi de largo, con algo de curiosidad por la identidad de las victimas, pero al final con indiferencia: total, ya están muerto.

Esta actitud de dejadez ante las señales de la historia queda contrastada contra la sensación de desastre inminente que aparece con frecuencia en la novela: “En el baño rondaba un silencio expectante, casi amenazador, como si se esperase algo, el nacimiento de un alarido, la caída de un objeto y todo cae en mil pedazos”, se dice por ahí. El propio señor Inchaurraga percibe ese clima y un noche sueña “con el infinito espectáculo de la revolución social”, pesadilla en la que el terrateniente volvió a meterse en la noche siguiente “a fin de negociar las condiciones de la revuelta que sucedía en el país”.

Como un documento visionario, la novela de Marín explora en los rincones más turbios de la chilenidad y de nuestra historia. Así, mientras Eduardo Frei Montalva hacía su campaña de “Revolución en libertad”, el país “era victima de una complacencia generalizada que como la caspa caía sobre los hombros”, a lo que se agregaba que “todos somos cómplices de algo en este país, basta mirarnos a los ojos (…) aqui, no en otra parte, se prefería la explicación de que nadie resultaba una porquería si lo éramos todos”, y se concluía: “De esta manera, la sangre del país se estaba convirtiendo en un líquido inútil” “