“Acodado sobre la barra de una bodeguita habanera, Farias espera que aparezca su contacto. «Busco un puesto de libros usados», le dice Rioja, un vasco de la resistencia francesa que logró fugarse de los campos de concentración nazis, lleva «cuarenta años empinando el codo sin siquiera tambalearse» y escribe su nombre verdadero con tres faltas de ortografía. Farias lo reconoce, aunque circulan varias versiones sobre su muerte. El cubano le entrega el pasaporte falso y los detalles del operativo que llevarán a cabo en el Cono Sur. Y al día siguiente salen rumbo a su primer destino: México D.F. Ahí, junto con una brasilera que también anda en busca de librerías de viejo, hacen lo que nunca debe hacerse en esa ciudad: preguntar. Tras el asalto y la lluvia de escupitajos que reciben de un centenar de niños pobres, Farias recuerda «el lamento inconsolable Che: “Nos traicionan los que vinimos a defender”».
Los ejércitos de terracota es la historia de un grupo de guerrilleros que conoce el motivo de esa traición: «La miseria se tira a morder como una bestia incapaz de distinguir la mano que la hiere de la que la socorre». «Es ofensivo darles, pero es más ofensivo sonreírles. Darles es ostentar que posees lo que ellos no […]. Sonreírles es presumir una felicidad que no tienen». Sin fechas ni medidas que configuren la certeza de que el tiempo avanza en lugar de darse la vuelta, el narrador entrelaza los encierros, muertes y triunfos que han dado forma a sus personajes con la operación que los ocupa en el presente y un futuro del que no están dispuestos a dudar: «Cuanto más bajo haya caído el hombre, más amor requerirá la empresa».”