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El viaje colectivo

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Reseña

“¿Qué implica viajar todos los días entre desconocidos? ¿Cuánto aprendemos de quienes nos acompañan mientras viajamos? ¿Qué relación hay entre la forma en que nos movemos y la ciudad que habitamos ¿Cuán distinta es la experiencia de hombres y mujeres en el transporte público?

A más de 120 años de la aparición de los primeros vehículos motorizados para el transporte colectivo, las experiencias que se presentan en El Viaje Colectivo nos sorprenden por la vigencia que mantienen. Como si asistiéramos a un noticiario, las circunstancias retratadas en estas páginas serán del todo familiar para quien hoy habita en una de estas metrópolis de América del Sur: vehículos que rebalsan de pasajeros, largas esperas, maquinas en mal estado de conservación y dependencia crónica de quienes viven lejos de sus lugares de trabajo; promesas incumplidas de modernización de las flotas, augurios sobre nuevas tecnologías, más eficientes, seguras y cómodas; incapacidad de las autoridades para controlar la evasión del pago del pasaje; autobuses y tranvías que en situaciones de gran tensión social se vuelven blanco de acciones vandálicas que pueden terminar en su quema y destrucción total.

Además de aquellas circunstancias que alcanzan mayor resonancia pública, existen semejanzas notables en la vida social que se desarrolla en torno a estos viajes. Los vehículos del transporte colectivo son espacios de negociación y disputa, siendo habituales las tensiones entre pasajeros que rivalizan por conseguir un asiento desocupado o cualquier espacio disponible; entre pasajeros y choferes que discuten sobre el correcto manejo y el buen comportamiento al interior del vehículo; de fiscalizadores que persiguen a operarios que no cumplen con las normas; de choferes que aprovechan su porte y masa en la vía pública para amedrentar a peatones y a automovilistas; entre tantas otras situaciones conocidas. Especial atención adquieren las diferencias de género. Así como es evidente la desventaja del más pequeño en una eventual colisión, desde los primeros años las mujeres debieron soportar el acecho constante de tantos hombres que desde su posición de poder imaginaban historias amorosas a partir de la mera proximidad física, y otros abiertamente indeseables como el temible manoseador, que aprovechaba los momentos de mayor contacto entre cuerpos para toquetear y fingir inocencia. Lejos de un mero traslado, los viajes colectivos, hace cien años y aún hoy son espacios fundamentales de sociabilidad; lugares desde donde se construyen y visibilizan las diferencias de género, clase y edad; balcones para el reconocimiento del paisaje social y urbano; motivo constante de promesas y reivindicaciones políticas; espacios privilegiados para la reflexión, lectura e imaginación. En suma, la base sobre la cual se construye nuestra cultura metropolitana.”