“El hablante de Saturno ha decidido registrar los años que ha pasado bajo el signo del planeta de la melancolía. Es una empresa imposible (“hay experiencias que no pueden ser / narradas sin que se deformen”) que emprenderá de todos modos porque “el arte sana, incluso un mal poema”, porque “hay algo terapéutico en la buena sintaxis”. Como decía el viejo Pound: “Sólo la emoción perdura”. El monólogo saturnino no se agota en tristeza: el desamor y la frustración hace tiempo forman parte de su equipaje. Viene de vuelta y, por eso, sus versos caminan por una cuerda floja hecha de resignación, nostalgia y una rabia en sordina. Quien escribe bajo la sombra de Saturno sabe cuándo bajar la mirada y cuándo levantarla, cuándo guardar silencio y cuándo ser marrullero: “Todo pasó. Se desgranó el racimo / desde la misma rama / y apenas alcancé a ponerme triste”. “La vida”, en efecto, “es una rara enfermedad de la materia”. Los cincuenta poemas de Saturno, el dios responsable de la revolución más lenta, el cuerpo celestial cuya sombra incita las desviaciones y las demoras, demuestran por enésima vez el oficio de Romero, para quien la métrica clásica no es una camisa de fuerza o una antigualla, sino un dechado de formas irreverentes que le hacen posible interrumpir el flujo del tiempo presente. “