Reseña

“Esta publicación constituye un homenaje, más bien tardío, al dibujante Luis Fernando Rojas Chaparro, posiblemente el principal cronista visual del Chile decimonónico que transitó de los horrores de la guerra del Pacífico a las celebraciones del Centenario de la República. En rigor, se trata de una iniciativa que busca otorgar visibilidad a la labor pionera que desarrolló como reportero gráfico y caricaturista, en tiempos donde estas actividades y oficios «modernos» no tenían un reconocimiento y una validación social.
Oriundo de Casablanca, durante poco más de medio siglo Rojas fue delineando su trayectoria como ilustrador en diversos ámbitos y temáticas: dibujo de retratos, caricatura, prensa satírico-política, crónica periodística, adaptación de novelas históricas, ilustración literaria y publicidad comercial. Aunque se relacionó y trabajó codo a codo con artistas, intelectuales, poetas, políticos y militares, que hoy son recordados por sus obras y acciones estratégicas, además de «ostentar» el nombre de alguna calle, avenida, salón o centro cultural —léase Benjamín Vicuña Mackenna, Eleuterio Ramírez, Diego Barros Arana o José Toribio Medina, entre otros—, Rojas quedó sepultado en el olvido.
Balmacedista, liberal, espigado, medio dandy y «quitado de bulla», el prolífico ilustrador casablanquino fue amigo y colaborador de personajes tan dispares como Juan Rafael Allende, Samuel Fernández Montalva, Ricardo Prat Chacón, Pedro Balmaceda, Jaime Galté y Antonio Acevedo Hernández. Si bien sus redes sociales, por el lado de la prensa ilustrada, la élite intelectual y el mundo político, le abrieron algunos espacios para el desarrollo de su innegable talento artístico, Rojas terminó su carrera alejado de los avances de la industria editorial y en precarias condiciones físicas. Este empeño editorial no es un acto de «canonización» ni el bosquejo de un elogio patriotero hacia un gran ilustrador; es, ni más ni menos, el intento por reconocer a un ciudadano de a pie que recibió lo que una vieja y conocida sentencia denominó «el pago de Chile».”